jueves, 21 de enero de 2010

La muchacha de la falda roja




Miró la puerta con insistencia, dejando volar su imaginación hacia los brazos de aquella muchacha, la de la falda roja, que le había sonreído justo antes de entrar allí. Ese allí que ya era un aquí. Ese aquí al que había dedicado con esfuerzo tantos años, incluso sin voluntad propia.

Pasaban los minutos igual que pasa una vida, la suya, despacio y lentos como las cenizas que caen de un cigarro encendido. Encendido como el que humeaba en sus labios, porque no tenía mucho más que hacer allí, ese allí que era un aquí.

Las paredes que le abrazaban cada día, estaban cubiertas de fotos, de posters que le traía su sobrina, de los rincones a los que quería viajar. De libros, el único refugio en el que había descubierto la forma de ser libre.

La puerta se abrió. El alguacil acompañado de su abogado que sonreía le dijeron que por fin lo era. Miró la celda en la que llevaba escondido tantos años y sintió terror. No sabía ya si sería capaz de sobrevivir en las calles.

El abogado volvió a repetir:

Por fin libre...

Y él le sonrió jurándole que libre había sido siempre

No a la pena de muerte

2 comentarios:

Felipe dijo...

Es difícil ser libre en una prisión. Pero tiene que ser más difícil enfrentarse a lo de fuera.
Para muchos la libertad esta en el interior de cada uno, para otros hay que sentirla, respirarla, casi tocarla.
Bonito relato.
UN saludo: El Bolu

Ansha dijo...

Hay muchos presos cotidianos , que salen cada mañana y recorren las mismas calles, los mismos edificios y se sientan delante del mismo ordenador, cada una de sus mañanas y sus tardes , que a veces cuando vuelven a sus casas notan como el mundo se les vuelve cada vez mas pequeño, que la infinidad del universo les engulle.
Hay muchos presos que lo son mas que el que está en la cárcel pues la libertad tiene muchas formas y muchas maneras de expresarse y tu relato lo inspira, precioso por cierto.